La adquisición del lenguaje orla
es una tarea larga y difícil para el niño sordo, que exige unos esfuerzos constantes.Estas dificultades refuerzan el planteamiento de
facilitar el aprendizaje del lenguaje oral en situaciones de juego, que motiven
al niño, y en los que
encuentre alguna compensación a sus esfuerzos.
La pérdida auditiva del niño sordo, y su consiguiente
imposibilidad de percibir la mayoría de los sonidos, obliga a tener en cuenta
un conjunto de normas elementales de comunicación. Cualquier programa para el desarrollo de la
comunicación y del lenguaje debe estar basado e estos requisitos:
1) Lo más importante es que el niño nos mire a la cara cuando hablamos, que vea nuestro rostro. Si queremos dirigir su mirada orientando su cara con nuestra mano cada vez que queramos hablarle, es muy probable que con el tiempo esto le resulte desagradable y que, a la larga, se produzca un bloqueo en la mirada. Esto no quiere decir que no podamos recurrir a tocarle en el cuerpo o incluso en la cara suavemente, cuando queramos indicarle que la vamos a decir algo, lo mismo que los niños oyentes les llamamos por su nombre para que nos atiendan. Dada la importancia de que el niño mire a su interlocutor (lectura labial), la situación ideal de nuestra comunicación es cuando nos mira de forma espontánea.
2) Nuestro rostro debe estar
frente al del niño, no de
lado ni ligeramente ladeado, con el fin de facilitar la lectura de los labios.
La mejor situación es que nuestro rostro esté a la altura de los ojos del niño, por lo que el adulto debe
adaptarse para conseguir este objetivo en los intercambios comunicativos.
3) Hay que procurar no hablar
deprisa, fundamentalmente para que el niño pueda apreciar mejor el movimiento de los labios, pero
sin que una excesiva lentitud dificulte la percepción de cada palabra como una
totalidad, ni la secuencia de palabras.
4) Hay que vocalizar claramente,
pero sin exageración, ya que se puede llegar a deformar la articulación y el
movimiento de los labios en el intento de facilitar la lectura labial.
5) No hay que utilizar una
comunicación excesivamente reducida. Hay que emplear frases sencillas, pero
completas. No utilicemos nunca un estilo telegráfico; proporcionaremos al niño modelos gramaticales
sencillos, fundamentales para la construcción del lenguaje.
6) Hay que hacerse entender,
darle al niño todas
las pistas posibles -gesticulación, mímica, etc.., que le ayuden a comprendernos
y a conectar con él. Si nuestro rostro no sugiere nada el sordo dejará de atenderlo.
En general, se trata de ser
expresivos, y para ello hay que recurrir a todos los medios: hay que
comunicarse con los labios, con las manos, con los ojos, con todo el cuerpo.
La lectura labial es la habilidad
de llegar a entender un lenguaje a través del movimiento de los labios. Es,
pues, un método visual, imprescindible para que el niño sordo pueda comprender la comunicación oral. La lectura
labial es una tarea difícil. Complicada, lenta y relacionada principalmente con
el conocimiento previo que tengamos del lenguaje.
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